24 mar 2010

Mariana Bruce en la parroquia 23 de Enero.




Durante unos meses y hasta la semana pasada estuvo en nuestro país, en visita de trabajo, la Lic. Mariana Bruce, investigadora brasileña de la Universidade Federal Fluminense. Esa sería su presentación correcta, en el horroroso lenguaje académico que sobrepone lo curricular a lo humano. Aquí entre nos, es una chama de 24 años a quien le apasionan el cine, la historia de América Latina y, de un tiempo para acá, eso que por ahí llaman “el proceso bolivariano”. La muchacha realizó una pesquisa por Internet, se tropezó con un puñado de leyendas urbanas, llegó a la página el23.net, realizó unos contactos y de pronto se apareció en Caracas. Su objetivo, realizar una investigación en y sobre la parroquia 23 de Enero. Hasta ahí, nada sorprendente, nada extraño o inusual; docenas de investigadores viajan anualmente a Caracas para lo mismo: a verificar cuánto de cierto, cuánto de fábula y cuánto de nuevo pueden averiguar en el contacto con la gente, con los colectivos, con la comunidad viva.
La joven me citó para una entrevista. Comenzó a hablarme de su investigación, de sus dudas e inquietudes. Me hizo unas cuantas preguntas y se las fui respondiendo más o menos mecánicamente, en la medida de lo que sé o creo saber. Le expuse unos puntos de vista sobre la tensa oposición entre historia patria (oficial) e historia del pueblo. Hasta que de pronto me hizo la pregunta facilita, la bonita, la del ayayay, la que me dejó con la boca abierta (o cerrada, da lo mismo) antes de soltarme su principal hallazgo: “¿Usted sabe de algún libro que sintetice la historia de la parroquia 23 de Enero?”. Esperó unos cinco segundos, y después remató: “Yo quisiera escribir esa historia”.
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En efecto, no se ha publicado tal libro, aunque es probable que se haya escrito. Lo más cercano a eso, según lo que recuerdo y según lo que confirma la investigación de Mariana, son tesis de grado de Trabajo Social e Historia. Hay capítulos enteros de esas tesis, artículos dedicados a contar lo básico, lo institucionalmente correcto: lo fundó Pérez Jiménez como “Urbanización 2 de diciembre”, luego la gente se metió y un bachiller Rangel repartió docenas de títulos de propiedad a invasores, el diseño es de Villanueva, hay tantas escuelas y tantos módulos policiales, etcétera. También es posible conseguir información dispersa sobre curiosidades o datos más o menos inocuos: que había un “Hombre de la Chaqueta Negra” que coñaceaba malandros y se los entregaba a la policía, que el bloque 8 no está en la parroquia sino en Cali porque Pérez Jiménez se lo regaló a Colombia como gesto luego de un terremoto, que es cuna de músicos, peloteros de grandes ligas y un medallista olímpico. “Pero no hay un libro que recoja todo eso”, insiste la chama. Y me rindo: nosotros, que amamos tanto a esa comunidad y nos enorgullecemos de su tremenda historia, de su epopeya, de su aporte a la revolución venezolana, debemos reconocer que existe ese bache, esa deuda.
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Paréntesis. Hace tres años llevamos a cabo con Fundarte un esfuerzo cuya intención era registrar la memoria de los ancianos, rescatar datos no compilados documentalmente, sobre las comunidades que había antes de llamarse 23 de Enero esa unidad demográfica. La investigación se realizó parcialmente, los materiales existen en audio y video. Pero sigue sin existir el libro. Cierra el paréntesis.
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Primeras conclusiones, para desarrollarlas más adelante. Como pareciéramos creer que las cosas sólo spon importantes si están publicadas en un libro, entonces 1) si en este momento ocurriera un cataclismo y el tiempo se congelara, dentro de 100 años un investigador comelibros viniera a documentarse sobre las luchas populares de Venezuela, su conclusión sería: “El 23 de Enero no fue importante, no le aportó nada a esas luchas”.

Otra: como estamos en revolución, 2) más que en lo escrito, la importancia de los pueblos está en su hechura práctica y en lo que sus habitantes están en condiciones de contar.

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